lunes, noviembre 28, 2005

Francisco de Goya en el Mueso Nacional de Arte


Domingo 27 de noviembre de 2005.

Después de comprar los víveres y otros consumibles en el supermercado, guardamos el vehículo y abordamos un trolebús al centro de la ciudad. El pasaje de dos pesos con cincuenta centavos por persona. Nos llevo por el Eje Central hasta la esquina con la calle Tacuba, allí descendimos y caminamos hasta el número 8. El Museo Nacional de Arte, llamado Munal.

Entramos e iniciamos a disfrutar de la exposición. Ésta inicia con un autorretrato en óleo, siguen otra obras en óleo. Desataca El sueño. Retratos de personajes españoles de fines del siglo XVIII.

Una segunda parte de la exposición son sus dibujos del tema taurino y una tercera parte sus dibujos sobre la guerra de intervención de Francia en España, cuando Napoleón impuso como emperador a su hermano José Bonaparte. Retrata la tragedia vívida por el pueblo español a principios del siglo XIX.

La última parte de la exposición inicia con un óleo de gran formato Las lavanderas, destaca El majo y Los niños buscando nidos.

En otra sala, postúltima, se reproduce lo que fue el taller del pintor. Paletas, caballete, pinturas.

Salimos del Munal a caminar por la calle Tacuba. Llegamos hasta el número 28, El café de Tacuba, esperamos e ingresamos a comer, ya tarde. Deliciosa comida.

Al terminar la comida, salimos y seguimos caminando por Tacuba, hasta llegar a Monte de Piedad donde dimos vuelta a la derecha hasta llegar al Zócalo. Alcanzamos los últimos minutos de una miniferia de libros. Me encontré con un verdadero hallazgo: La campaña Vasconcelista escrito por una de las protagonistas Antonieta Rivas Mercado.

Del Zócalo, ya oculto el Sol. Nos introducimos en la estación del Metro. Regresamos a casa.
Los 60 años de Rene Luis

Sábado 26 de noviembre. Llegamos a la fiesta de cumpleaños de René Luis cuando ya había empezado. Para llegar tuvimos que superar, esperar y soportar el lento, lentísimo tráfico en la avenida de los Insurgentes. Después de comprar un libro de medicina para mi hijo David en la Librería Internacional que está en la calle Sonora a media cuadra de Insurgentes, nos incorporamos a ésta. Fue lento, tan lento que hicimos una hora para legar al salón de la fiesta, en un hotel, a media cuadra del Paseo de la Reforma.

En la fiesta, sirvieron la comida, acompañada de un exquisito vino chileno. Al finalizar la comida, la esposa de René Luis, apoyada con una secuencia fotográfica en una pantalla, hizo una remembranza de la vida de René Luis. Desde que nació hasta los momentos que estábamos viviendo. Fue invitando a tomar la palabra a algunos de los amigos y familiares de René. Se hicieron comentarios elogiosos a la trayectoria del festejado.

El conjunto musical reanudó su intervención, ahora con María José, hija de Rene, interpretando una melodía de Selena. Muy buena interpretación que dedicó a su papa. Siguió el grupo musical e inició el baile.

En una segunda ronda de intervenciones, un compañero de la vida estudiantil de Rene, en Monterrey, le dedicó unas palabras. La esposa de Rene preguntó si alguien más quería decir algo. Me levanté y fui hacia el micrófono y dije, más o menos así: Recuerdo cuando conocí a René, hace 27 años, en Oaxaca. El llegaba muy elegante a la oficina, con su paraguas de bastón. Algunos le decían, o le decíamos El francés, yo en aquel tiempo era practicante. Después de algunos años, con motivo del trabajo, René nos visitó en Veracruz, conoció mi hijo. Después tuvimos la oportunidad de viajar y conversar, como lo hicimos una vez, en una camioneta chedrón, desde Monterrey, mejor dicho desde Chipinque hasta Victoria y lo dejamos en su casa, la casa de su mama. Después tuvimos encuentros en Tampico y Xalapa. Hace pocos domingos nos encontramos en el lugar idóneo: La cantina, si, después de no habernos visto por siete años nos encontramos en La Opera. Felicidades. Que siga cumpliendo muchos años.

Lo que no dije y me acordé después, es porqué le decían El francés. El había hecho una especialización en Francia, en un intercambio con Electricité de France. Compartió sus experiencias y conocimientos con nosotros para mejorar nuestra empresa. En otra ocasión, llegué a abordar el avión en el último momento y René ya estaba a bordo, yo había viajado desde Tamiahua, en el norte de Veracruz, donde habíamos atendido una contingencia provocada por el huracán Gert, a Xalapa y luego a Veracruz a tomar un primer avión, para viajar a Dallas y de allí a Seattle. En esta ciudad participamos en un seminario de innovaciones tecnológicas y de software relacionados con nuestra especialidad. Disfrutamos conociendo la ciudad, viajamos en el monorriel, fuimos a la Space Needle y desde allí contemplamos el paisaje urbano, que estaba rodeado de lagos y montañas.

Más tarde nos despedimos y retiramos de la fiesta. La fiesta de los 60 años de Rene Luis.

jueves, noviembre 24, 2005


Festejando en miércoles. Por los alrededores del Ángel

Miércoles 23 de noviembre. Salí del trabajo y llegué al lugar del festejo, los alrededores del Ángel de la Independencia. Busque en el hotel, donde había terminado el evento al que concurrieron mis colegas jarochos y en el qué les otorgaron un premio por su innovación. Para iniciar el festejo del premio que habían recibido nos fuimos concentrando en el bar del hotel que está en la esquina del Paseo de la Reforma y la calle donde está la embajada gringa y que tiene nombre de un río. Felicitaciones, abrazos y reconocimiento.


Tomábamos cervezas a la vez que comentábamos la importancia del triunfo de mis colegas. La euforia del triunfo. La satisfacción del reconocimiento.

Entre sorbos y brindis, hablamos de teatro. Cómo soy ignorante de este arte escuché lo que platicaba Juan Carlos, las temporadas de los grupos de teatro de las facultades de la Universidad Veracruzana. Del teatro derivamos la plática a actrices, hablamos de Lisa Owen, de Karina Gidi, de la incursión de ellas en el cine. Hablamos de las letras de Sergio Galindo, de su novela El bordo, de su otra novela Otilia Rauda que fue llevada al cine con el título de La mujer del pueblo, que ésta fue filmada en un desvencijado edificio que había sido hotel y que ahora remozado es un restaurante en el centro de Xalapa. Luciano, muy entretenido en merendar, interrumpía su ingestión y nos platicaba de su oficio, de cómo se hacían los diarios en los sesentas. Terminamos la ronda y salimos a continuar el festejo.

Por Reforma, dimos vuelta en Tiber. El Ángel desde la columna de la Independencia en la glorieta nos acompañaba en el festejo. A media cuadra ingresamos a la cantina de Los Remedios. El ambiente era de fiesta, en cada mesa tenían una fiesta y nosotros llegamos con la nuestra. Pedimos las bebidas. Hablamos de artistas. Viendo la galería de las paredes comentábamos las viejas películas. Andrea Palma, Kati Jurado, Sara García, el Indio Fernández, Pedro Infante, Ignacio López Tarso y la galería seguía, sigue ahí.

Se nos acercaron los músicos y cantantes y la cantante. Un quinteto que no era mariachi, que no era un grupo norteño y que tocaba canciones de trío y de todas. Todas las que se sabían. Pedimos y escuchamos canciones de José Alfredo Jiménez, de Álvaro Carrillo, de Juan Gabriel, de Armando Manzanero y terminamos la ronda con Veracruz de Agustín Lara.

Otra ronda de canciones. En esta segunda ronda ya no sólo escuchamos. Joaquín y Juan Carlos acompañaban a la cantante, Claudia. Luego las canciones se hicieron bravías, de caballos y carreras. Juan Carlos cantó El moro de cumpas. Al terminar cada canción éramos menos en el lugar. Se nos acercó un capitalino, nos dijo que estábamos acaparando a los cancioneros, le dije que seríamos respetuosos de las minorías y que terminaríamos nuestra ronda y que ellos pidieran su canción. La ronda se alargó, cerraron la barra, nos trajeron la cuenta, pagamos y salimos con uno de los cancioneros hasta un cajero automático para disponer de billetes y pagarles la última ronda. Nos despedimos de los cancioneros.

Regresamos al hotel. Entramos al bar, pedimos nuestras bebidas. Llegó el mariachi. A nuestra derecha una pareja de venezolanos, muy animados, acordamos con ellos que no teníamos ningún conflicto, que el diferendo era de otros y que no estaban en nuestra fiesta. A nuestra izquierda una pareja de mexicanos, como nosotros. Quedamos que éramos amigos.

Terminó el mariachi. Se nos acercaron dos españoles. Estábamos en que eramos amigos cuando la esposa de uno de ellos se le acercó y le reclamó no sé que cosa. Se retiró el grupo de españoles. Seguimos en nuestra plática, de viajes, de lugares, de otras cantinas, de La Farola de Oaxaca. Uno de los españoles regresó, se sentó a nuestro lado y brindamos, se retiró.

Sólo quedábamos dos grupos, los otros jarochos y nosotros. Nos reconocimos, seguimos festejando juntos. Finalmente pedimos la cuenta, pagamos y nos retiramos. Joaquín y Juan Carlos se dirigieron a sus habitaciones en el hotel. Yo salí, frente al Ángel abordé un taxi y me fui a dormir. El festejo había terminado, por hoy.

lunes, noviembre 21, 2005


De la neblina Xalapeña a la ciudad de México en el aniversario de la Revolución Mexicana

Domingo 20 de noviembre. Amanece como anocheció. La niebla cubre la ciudad y las montañas que la rodean. La lluvia termina con el amanecer. No, no sale el sol, sólo la lluvia ha cesado. Antes de levantarme leo un fragmento de El equipaje del viajero de José Saramago. Desayuno y converso con mi hijo, quien hoy no fue al hospital. Salimos a comprar una sudadera con gorro para él y ropa térmica para mí. El otoño está terminando y se siente un invierno frío que llegará en pocos días.

Es el día del aniversario noventa y cinco de la Revolución Mexicana. Después del mediodía, nos despedimos de mi hijo y salimos de Xalapa. Al entrar a la carretera, nos adentramos también en la niebla. La niebla nos impide ver el bosque y las praderas verdes. El ascenso es lento. Vamos en una fila de autos y camiones. Sólo alcanzo a distinguir hasta el tercer vehículo que circula delante de mí. La niebla lo cubre todo.

Por fin, terminamos el tramo de curvas ascendentes y salimos de la niebla. Llegamos a Perote. Pasamos por tortas de jamón serrano y seguimos avanzando.

Mientras conduzco el vehículo, escucho música mexicana y pienso ¿Qué pasó con la Revolución Mexicana? ¿Cuándo se terminó? ¿Se terminó cuando asesinaron a Emiliano Zapata en Chinameca o cuando asesinaron a Pancho Villa en Parral? ¿Se terminó cuando se fue desterrado José Vasconcelos, después de ser reprimidos sus correligionarios y asesinados algunos de ellos, y ser cometido el primer gran fraude electoral del Partido Nacional Revolucionario?, ¿terminó con el régimen del General Lázaro Cárdenas, quien fue el único presidente en llevar a la práctica lo que se había escrito en la Constitución de 1917?

¿Qué nos queda de la Revolución Mexicana? La primera del siglo XX. Nos queda un desfile que pretende ser deportivo cada 20 de noviembre. Nos quedan las fotografías del archivo Casasola. Nos queda la remembranza de la osadía de Pancho Villa al invadir Columbus, que nos narra Ignacio Solares en Columbus. Nos quedan las películas filmadas por los gringos en los sitios de las batallas. Nos queda el libro México insurgente de John Reed. Nos queda Los cañones de Durango de Juan Madrid.

Nos queda el sufragio efectivo.

Nos quedan las imágenes de los jinetes Emiliano Zapata y Pancho Villa, qué en el día anterior al aniversario de la Revolución Mexicana desfilaron por las calles de Caracas llevados en carteles por los venezolanos y que nos narra Paco Ignacio Taibo II.

O no sirvió de nada, cómo dice Don Antonio Gómez, el último de los Dorados de Villa.

Estamos llegando a la ciudad de México. En la caseta de la autopista compramos Reforma. En la primera plana una foto del polémico Presidente venezolano, con sombrero ancho y cantando con mariachi en una plaza de Caracas.

lunes, noviembre 14, 2005


De Xalapa a la ciudad de México por Totalco y Zacatepec

Domingo 13 de noviembre de 2005. Despierto muy cerca del amanecer, cuando mis sobrinos regresan de una boda. Con el trino de los pájaros qué me arrullan vuelvo a dormirme. Me despierto a las ocho y cuarto de la mañana cuando llega mi hijo David. Llega de blanco, ha terminado su guardia en el hospital. Me levanto, me doy un riego, baño en lenguaje jarocho, y desayunamos. Converso con mi hijo. Vamos a comprar yogurt y al estar cerrado todavía el local, nos dirigimos a comprar un reloj para él. Regresamos y él se va a dormir. Yo tomo mi libro y me pongo a leer.

Se levantan mis sobrinos, desayunan, nos platican de la boda, se despiden y se regresan a Veracruz, el puerto donde viven.

Nos preparamos para el regreso a la ciudad de México. Subimos el equipaje y víveres al vehículo, nos despedimos de mi hijo. La araucaria que ocupa todo el minúsculo jardín también nos despide y desde su tronco nos dicen hasta luego las orquídeas que ven pasar el otoño xalapeño.

Pasamos por Perote, compramos tortas y nos proveemos de jamón serrano y queso provolone. Pasamos Totalco donde aún permanece el casco de la antigua hacienda porfiriana, con una capilla de estilo barroco en la fachada. En los campos aledaños, solo filas de magueyes, como queriendo definir las melgas de los cultivos que ahí se hicieron. Termina Veracruz, principia Puebla y principia el tramo carretero de cuatro carriles.

Después de pasar por las cercanías de la Laguna de Alchichica, al terminar el tramo de cuatro carriles llegamos a Zacatepec. Ahí está la desviación a Tlaxcala. También ahí permanece el casco de otra hacienda porfirista, con sus fuertes circulares en las esquinas. Viejas paredes.

En Acatzingo nos incorporamos a la autopista. Pasamos Puebla. Llegamos a la última caseta. El tráfico se hace lento. Llegamos a la Avenida Zaragoza y tomamos por el Viaducto. Estamos, otra vez en la ciudad de México.

lunes, noviembre 07, 2005

De Xalapa a la ciudad de México por Perote y Alchichica

Domingo 6 de noviembre de 2005. Despierto con el trino de los pájaros, es el único sonido que rompe el silencio. A las 7 de la mañana me levanto para despedir a mi hijo David. Él de camisa blanca, de pantalón blanco, calzando zapatos blancos, con su bata blanca, aborda su auto blanco, se va, todo de blanco. Va al hospital a continuar su internado. Él se fue de blanco.

Continúo la lectura de El amor me absolverá de Isabel Custodio. Después del desayuno, voy a la peluquería, mientras espero sigo leyendo a la Custodio. Regreso a casa con el pelo cortado y abordamos el vehículo. Salimos.

Decidimos no usar el libramiento y pasar por Perote, pasar por unas tortas de jamón serrano. En dos tramos, en ambos lados de la carretera filas de árboles con sus hojas amarillas y cayéndose. Es uno de los sets cinematográficos de Demasiado amor. Nos detenemos en Perote. Este pueblo también es invocado por Sara Sefchovich en su novela que da título a la película Demasiado amor.

Seguimos. Termina Veracruz e inicia Puebla. Pasamos al lado de la Laguna de Alchichica, otro de los sets cinematográficos de Demasiado amor. La protagonista de esta película es Karina Gidi, xalapeña.

Seguimos el viaje escuchando música de Agustín Lara.

El último tramo de la autopista se hace lento. La llegada por la Avenida Zaragoza más lenta. Cuando estamos por tomar el Viaducto el tráfico se detiene, ya se hizo de noche. Un apagón, sólo las luces de los autos, de pronto más arriba del nivel de nuestros autos, a nuestra izquierda avanza el Metro, todo iluminado. El tráfico avanza lentamente. Estamos, una vez más, en la ciudad de México.

jueves, noviembre 03, 2005



Legorreta, arquitecto, en San Ildefonso

Domingo, 30 de octubre de 2005 por la tarde. Después de salir de La Opera, nos encaminamos por Cinco de Mayo hasta legar al Zócalo. La plaza más grande de México y la segunda más grande del mundo, dicen los que la han medido.

Recorremos la gran plaza. Están grupos diversos, como diverso es este país. Están los preparativos para el Día de Muertos: Los hornos de leña, bóvedas de ladrillos rojos, para cocer el pan de muerto; la puesta del escenario para la Ofrenda de Muertos. La fila de personas que esperan a recibir una limpia que incluye ser ahumados con incienso. El México heredero de la cultura mesoamericana.

Desde una esquina hemos recorrido el Zócalo hasta la esquina opuesta. Por la misma plaza y frente al Palacio Nacional recorremos el trayecto hasta la entrada a la estación del Metro. Mi hijo se despide, desciende por la escalera al subterráneo, se va a una tocada de la banda o grupo de uno de sus amigos.

Chalío y yo continuamos el recorrido. Vamos por la calle Moneda. Esta calle está invadida de vendedores de mil cosas. Llegamos a la esquina del edificio de la Academia de San Carlos, está cerrado el edificio, no podemos entrar y conocerlo. Regresamos por Moneda, nos internamos en el tianguis. Chalío compra una mascara de Blue Demon, el luchador. Llegamos al antiguo Colegio de San Ildefonso.

Con mi tarjeta de Amigo del Colegio, entramos a ver la exposición de Ricardo Leorreta, arquitecto. La exposición es:

Color: Predominantemente el rosa mexicano y el azul, el índigo. Estos colores que identifican sus obras, lo mismo que en la ciudad de México como en el extranjero.

Líneas: La recta formando rectángulos, formando cuadros, formando escaleras, definiendo el perfil de sus construcciones. La curva, como en la Catedral de Managua, cuya maqueta me impresiona.

Agua: Los espejos líquidos en sus edificaciones. Para muestra en uno de los patios un ensayo, con un acueducto recto que termina en un espejo, éste limitado por rectas.

Luz: Los espacios para el paso de la luz exterior. Para formar el contraste de luz, color y sombras.

Es de destacarse el homenaje que el arquitecto homenajeado hace de quienes construyen con la destreza de sus manos, la fuerza de sus brazos y sus miradas, las obras que él diseña y ellos y ellas construyen, repellan, pintan y limpian. Este homenaje a los obreros y obreras está plasmado en sus propias fotografía, ellos con sus dorsos desnudos y trepados en un andamio, ellas con su mirada sonriente.

Terminamos el recorrido por las salas y pasamos a la tienda de souvenirs. Me llevo un ejemplar de uno de los libros de Legorreta para mi sobrino Israel, recién graduado de arquitecto.

Salimos del Colegio y por Donceles, luego República de Chile y luego Tacuba llegamos al Metro. En la estación Allende abordamos el tren subterráneo, éste es nuevo o seminuevo, un largo gusano que permite el paso de un vagón a otro. En el Metro nos integramos a la multitud de capitalinos. Nos vamos de regreso a casa.

miércoles, noviembre 02, 2005

Por el Eje Central hasta La Opera a escuchar Salterio
Caminado por la ciudad de México

El domingo, 30 de octubre de 2005, salimos del departamento donde estamos alojados, mi hijo Carlos, mi sobrino Chalío y yo. Abordamos en el parador de Eje Central y Presidentes el Trolebús, pagamos los 2 pesos del pasaje de cada uno.

El Trolebús terminó su recorrido en las inmediaciones de la Colonia Obrera, uno de los sitios populosos de la ciudad. Caminamos por el Eje Central “Lázaro Cárdenas”. Vimos la ciudad de cerca. Nos encontramos una Pulquería, dicen los que saben que ya sólo quedan cien en toda la ciudad. Vimos los preparativos para un mitin de uno de los precandidatos a Jefe de Gobierno de la ciudad.

Caminamos. Llegamos al Salto del Agua. Este sitio es como un lindero del Centro Histórico y la parte populosa de la ciudad. Entramos a la Plaza de la Computación a proveernos de accesorios para la computadora de la casa y para la cámara fotográfica.

En una librería establecida en la banqueta adquirí un ejemplar de La reina del sur de Arturo Pérez Reverte y en la librería del Fondo de Cultura Económica me encontré con una verdadera novedad: El último libro sobre Frida Kahlo de Raquel Tibol.

Caminamos apresuradamente por el Eje Central. Dimos vuelta a la derecha en Madero, antes calle de Los Plateros y que Pancho Villa cambió de nombre por el del Presidente Martir Francisco I. Madero. Nos tomamos una foto frente al Palacio de los Azulejos y seguimos caminando. En Filomeno Mata, periodista, dimos vuelta a la izquierda hasta la esquina con Cinco de Mayo. Nos tomamos otras fotos frente al bar La Opera. El señor que atiende el puesto de billetes de lotería nos tomo una foto a los tres. Compramos un billete para cada uno, terminados en 2, 7 y 9. Entramos.

Era la segunda vez que mi hijo y yo estábamos en ese lugar. Buscamos en el plafón la perforación del disparo que hizo Pancho Villa. Ahí está.

Estábamos iniciando la comida cuando de pronto escuché a mi espalda la voz de René, dí vuelta y lo ví, me incorporé y lo saludé. Nos saludamos efusivamente. Con su familia él se fue a buscar su mesa.

A los postres, empezamos a deleitarnos con la melodía interpretada por un trío, éste incluye un Salterio, instrumento que es una fusión de una Arpa y una Guitarra. Ya casi no se ven, ya no se escuchan salterios.

Antes de salir nos tomamos otra foto, esta vez frente a la barra. Salimos a seguir la caminata por el Centro Histórico de la inmensa ciudad de México.