Tras la gran ventana, sobre el cristal escurrían las gruesas gotas de la intensa lluvia. Era la primera de las veinticuatro horas dominicales. Y así, compartiendo en el salón la charla, los tequilas y el baile, pasamos varias horas.
Cuando se acabó la fiesta, salimos al bolulevard. Enmedio las palmeras mecidas por el suave viento. Estaba fresco después de la prolongada lluvia. Enfrente, el mar con su melodía continua. Aspiramos el aire fresco de la madrugada. Abordamos el auto y avanzamos al lado del mar.
1 comentario:
frío, frío...igual que aquí.
un abrazo
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